Hay ventanas para mirar afuera y las hay para mirar adentro.







¡Qué ironía más tremenda! Parece ser que los que estamos fuera no podemos juzgar por el mismo baremo a los que están dentro. Nos miran con altivez y una pizca de crueldad desde sus privilegiados puestos, desde sus altísimas ventanas que, puestos a ello, sean más bien balcones, como los que usan los dictadores en las malas películas de narcotraficantes. Nosotros, en cambio, nos conformamos con mirarles desde abajo atisbando sus desfiguradas siluetas a través de unas ventanas que más bien deberían ser llamadas mirillas. 





¡Qué desconsuela tamaña injusticia! ¿Por qué somos tantos aquí abajo matándonos por ocupar el mejor puesto de la pequeña ventana, y tan pocos ahí arriba, espaciosos, satisfechos, llenos de su esencia más profunda? Quizá llegue el día en que alguien se atreva a romper esas ventanas, a dar paso a una nueva era, a  una en la que no sólo no habrá diferencias entre las ventanas, hacia dentro o hacia afuera, sino que ¿ni siquiera existirán ventanas! Qué maravillosa fantasía crece anundándose en mis deseos... Esta vez voy a consentírselo. Demasiadas son las veces en las que he renegado mientras me asomaba a mi ventana a envidiar su suerte mientras era empujada por mis propios compañeros que soñaban con ocupar mi lugar. Demasiadas veces... y mi padre, y mi abuelo, y el suyo, y así hasta el principio de los tiempos, todos aferrados a ese segundo de visión de algo que jamás tendremos. Y así seguirá con mi hijo, y con el suyo y el suyo, hasta que todo acabe, tan solo entonces desaparecerán las ventanas, cuando no quede nadie, cuando todo esté muerto... Hasta ese día, continuaremos mirando por las ventas a los que están dentro, mientras somos observados con maligna curiosidad los que estamos fuera. Aún así, luchemos. Luchemos siempre por destruir las ventanas aunque estemos condenados y sean vanos nuestros esfuerzos, aún así luchemos hasta el fin.


Suena ridículo, siendo tan conscientes de nuestra humillante desventaja, pero si no luchamos cada día seremos más aquí abajo, cada día nuestra ventaja será más pequeña y la suya más grande. Cada día seremos menos "nosotros mismos" y estaremos más lejano, más perdidos en la absurdez del deseo innato de asomarnos  por ninguna minúscula mirilla. Así pues, como reflexión final, solo me queda abandonar mis ansias y mezclarme en la multitud mientras alzo la vista y grito,





NO ME RINDO, JAMÁS. MÍRAME, SI, PERO REBELDE, INSATISFECHA HASTA EL FIN.







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