En apenas un mes los madrileños hemos visto como mucha mierda sale a flote.


En apenas un mes los madrileños han vuelto a darse cuenta, esta vez de sopetón, que la noche está repleta de empresarios sin demasiados escrúpulos que se sienten seguros al amparo de la oscuridad y de la autoridad competente. Unos empresarios corruptos presuntamente protegidos y mimados por aquellos que tenían la obligación de haberlos controlado y vigilado; unos empresarios a los que se les ha permitido creer que todo vale, que es lo mismo ocho que ochenta y muy parecido 7.000, 9.650, 10.600, 12.000, 16.791 o 20.000 personas. Ya sea por unos o por otros, porque los ciudadanos no pueden impedir que este tipo de negociantes deleznables circulen por la ciudad pero sí esperar y desear que las autoridades les ponga muy difícil ser lo que son, ya sea por los primeros o por los segundos el caso es que cinco familias viven la peor y más horrible de sus pesadillas imaginables: cinco chicas de entre 17 y 20 años de edad –Katia, Cristina, Rocío, Belén y María Teresa– perdieron la vida, la última de ellas ayer mismo, tras ser aplastadas por el gentío que asistía a un multitudinario concierto en el Madrid Arena en las primeras horas del ya fatídico 1 de noviembre.
En apenas un mes los madrileños han descubierto, también, que a Ana Botella, su alcaldesa, la que llegó a Cibeles cuando Alberto Ruiz-Gallardón salió en estampida hacia el Gobierno de Mariano Rajoy, el traje le viene tan grande que asusta; no se sabe bien si falta cuerpo o sobra tela pero el resultado, tratándose de la capital de España y una de las urbes más importantes del mundo, no deja de sorprender, entristecer e incluso indignar. La tragedia del Madrid Arena ha dejado a la alcaldesa de la capital tan expuesta, tan retratada, tan incapacitada para continuar jugando con el regalo que le cayó del cielo que no hay milagro que la haga remontar salvo que los plomos de la memoria colectiva se fundan y la ciudadanía acepte de buen grado que el cargo pase a ser prácticamente virtual, donde el elegido/a no se tenga que ver en la penosa necesidad de construir cuatro frases legibles o de contestar a aquello que no se sabe o no se quiere responder.
Grabados en la citada memoria colectiva quedarán sin duda los dos viajes de placer de Botella a Portugal, el primero de ellos horas después del siniestro; su sorprendente rueda de prensa multitudinaria (no sólo de periodistas, que también, sino de compañeros de mesa y hasta de sala cuyo trabajo consistía en no dejarla responder a ella); su más sorprendente todavía comparecencia sin derecho a preguntar (nuevo modelo de rueda de prensa que seguro creará escuela entre una cierta clase política); y, finalmente, su pertinaz negativa a contestar cualquier tipo de preguntas relativas al caso.
Tampoco se va a olvidar fácilmente la defensa a ultranza que de la empresa organizadora del trágico evento hizo el vicealcalde Miguel Ángel Villanueva a las pocas horas de saberse la magnitud de la tragedia. Y tampoco caerá en saco roto cómo el propio Villanueva hizo suya y del Ayuntamiento la interesada teoría empresarial de la bengala como detonante de la mortal avalancha. Luego vendrían las renuncias a Satanás que el citado Miguel Ángel Villanueva hizo de Miguel Ángel Flores, propietario de Diviertt, organizador del concierto en el que murieron las cinco muchachas. En conversación con el que esto firma, Villanueva aseguró tajantemente que no eran amigos, como se estaba diciendo, y que conocía mínimamente a Flores de su época de responsable de Economía del Ayuntamiento. Finalmente se ha demostrado la fragilidad de su memoria cuando el propio vicealcalde ha reconocido que ha casado a su hermano José María -firmante, por cierto, del contrato del concierto-, que ha celebrado sus últimos cumpleaños en las discotecas de Flores, que ha asistido también a algunas fiestas organizadas por el citado promotor y que ha coincidido con él en Ibiza durante algún verano.
A todo esto habría que unir el estupor que causa que Diviertt fuera, para el Ayuntamiento, una de las 12 empresas "de contratación preferente" cuando Flores tiene sendas demandas contra el consistorio en las que le reclama 13 millones de euros además de un sinfín de querellas de todo tipo y condición pisándole los talones. O que con la espada de Damocles de estos 13 millones de euros, el pasado mes de septiembre Madrid Espacios y Congresos, dependiente de la concejalía del ya dimitido Pedro Calvo, le renovara el contrato por el que se le cedía el Madrid Arena durante tres años y prácticamente en exclusiva. Un acuerdo que era exactamente igual, en todos sus aspectos, al ya firmado dos años antes.
Y no es esta la primera vez que se relaciona al ahora vicealcalde con este promotor nocturno. En noviembre de 2005, Miguel Ángel Villanueva y el citado Pedro Calvo salieron en defensa de Flores cuando este quiso reabrir la tristemente famosa discoteca Alcalá 20 –donde perecieron 82 personas el 17 de diciembre de 1983– y el entonces concejal de Centro, Luis Asúa, se negó a concederle la licencia de funcionamiento por no cumplir las preceptivas medidas de seguridad. En la trifulca tuvo que intervenir el entonces alcalde Alberto Ruiz-Gallardón quien en un primer momento se puso del lado de Asúa y bloqueó la reapertura. Flores no conseguiría abrir Alcalá 20, con el nombre de Adraba, hasta 2010, –de ahí vienen la demanda interpuesta contra el Ayuntamiento al que culpa del retraso y de las consiguientes pérdidas–, pero en la siguiente legislatura (2007) Luis Asúa sería trasladado de Centro a Retiro y ya en las elecciones municipales de 2011 se cayó de las listas de Ruiz-Gallardón sin explicación alguna.
En apenas un mes la tragedia del Madrid Arena ha dejado también en el filo de la sospecha la actuación de la Policía Municipal durante la noche de autos. No la de sus agentes, que simplemente cumplieron las órdenes que les fueron dadas, pero sí la de sus responsables políticos y policiales. La dejadez y laxitud de la que hicieron gala en la madrugada del 1 de noviembre –no los agentes que allí estaban, insisto, sino aquellos que teniendo la capacidad, obligación y responsabilidad de haber ejercido un control mucho más férreo sobre lo que allí podía suceder hicieron una evidente dejación de sus funciones y prefirieron mirar para otro lado– lleva a preguntarse el porqué de esta actitud tan benévola con quien había vendido al menos el doble de las entradas que decía. ¿Acaso no resultaba evidente y hasta bien visible que allí había al menos el doble, sí, el doble del número de personas de las que deberían haber podido entrar en el Madrid Arena sin que se viera afectada su seguridad?
Pasará también a la historia más negra del Ayuntamiento de la capital la sonrojante comisión de investigación que arrancó el pasado martes y que desde su nacimiento ha buscado justo lo contrario de lo que su nombre indica. Ha sido el remate bochornoso: una comisión cuya única misión ha sido la de blanquear sin pudor alguno la actuación de los personajes clave del Consistorio de Ana Botella, y de la que desapareció, incluso antes de empezar, Izquierda Unida que vio como, en aras a la transparencia, le eran rechazadas las 15 últimas comparecencias "irrenunciables" que había solicitado. Pero no sólo IU se ha negado a formar parte en este simulacro: algunos altos cargos del PP han rehusado amablemente la oferta de participar tras recomendárseles "una cierta sensibilidad" hacia el Ayuntamiento a la hora de testificar. "Haber si matamos (sic) la comisión en tres días y nos empezamos a olvidar todos del Madrid Arena", fue lo que confesó tras la primera jornada un miembro del equipo de Gobierno de Ana Botella, ante el estupor de algunos presentes.
El Ayuntamiento no ha tenido mejor idea para defenderse de lo que le caía encima por su mala cabeza, su peor gestión y su nula/inexistente política de comunicación que poner en marcha el viejo y manido ventilador, repartir responsabilidades a diestro y siniestro y sacarse de la manga antiguas peleas y mediocres excusas. Ignorando que el camino más corto y más fácil siempre es la verdad y la asunción de responsabilidades si ha lugar, y que la autocrítica no sólo hace bien sino que resulta justa y necesaria, han preferido sacar del trastero para la ocasión las trasnochadas rencillas Aguirre-Gallardón.
Han explicado a quien quisiera escucharles, de redacción en redacción y de plató en plató, que todos los ataques recibidos desde algunos medios -especialmente desde este- no son sino una cortina de humo para llevar a la ex presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, al Ayuntamiento de Madrid en detrimento de Ana Botella. Incluso han querido ver en las críticas a la gestión del vicealcalde Villanueva no se sabe bien qué prejuicios que la vergüenza y el decoro impiden poner negro sobre blanco no por vergonzosos sino por estúpidos. Análisis tan someros vienen a confirmar, una vez más, que la estulticia es infinita y la inteligencia escasa.
En apenas un mes... Ana Botella se ha diluido como azucarillo en un vaso de agua a las primeras de cambio. Villanueva y Calvo han quedado en evidencia por su relación con un empresario ambicioso y sin escrúpulos que posiblemente no era la primera vez que vendía el doble de entradas de las permitidas en eventos que se celebraban en instalaciones municipales. Miguel Ángel Flores ha confirmado ser ese empresario ambicioso y sin escrúpulos que todos, excepto el Ayuntamiento de Madrid, pensaban. La Policía Municipal, sus jefes políticos y policiales, no han estado a la altura de lo que la ciudadanía espera de sus fuerzas de seguridad. Y mientras unos y otros juegan al terrible divertimento de quitarse estos muertos de encima, cinco familias desgarradas y destrozadas por el dolor no dejan de sufrir ni un instante desde el pasado 1 de noviembre.

 
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